Un discurso insaciable que no encuentra palabras el mundo de los jóvenes en el “Búfalo de la noche”
Dr Alejandro Klein
Círculo Psicoanalítico de Léon
Universidad de Guanajuato
La película de Jorge Hernández Aldana no es fácil. No es fácil de comprender. No es fácil de “digerir”. No es fácil, tampoco, de comunicar. Pero es un desafío. El desafío de acercarnos a un mundo joven que de repente se nos revela para exponernos situaciones extrañas, inquietantes, tanto como incomprensibles. Poco del sentido común nos puede servir de guía. Mucho menos aquellas convenciones que hacen a una cotidianeidad organizada y global. Lo que predomina en cambio, es lo incomprensible.
Lo incomprensible y fragmentado. Cuando la película adopta una estética posmoderna en torno al movimiento, lo fugaz, la velocidad, se acerca mejor, probablemente, a la posibilidad de captar las vidas de estos jóvenes marcadas por la singularidad de una ausencia de linealidad, de biografía, de un transcurrir temporal que se substituye en cambio, por lo inmediato, lo fragmentado, lo imprevisto, armando vivencias y sensaciones que simplemente se viven y no se cuestionan. Vivencias que “rondan” al mismo tiempo como una especie de “hado” siniestro. Un destino al cual no se puede sino sucumbir. Una resignación con leves rebeldías prometeicas.
En este mundo de jóvenes poco se dice: no hay palabras o las palabras son mínimas. Primer desafío entonces: captar un discurso sin palabras que sin embargo busca todo el tiempo comunicar algo que parece escapar a los propios jóvenes. A este discurso sin palabras, “agotado” en sus posibilidades simbólicas, le substituye un discurso corporal, transido por una angustia siempre en el borde, que me parece llega a su clímax en la escena en que Tania orina a Manuel, dentro de un proceso de incontinencia tan regresivo como dramático.
Esta cualidad de lo regresivo marca otra característica de estos jóvenes, en torno a un vaivén oscilante y permanente entre la niñez y la adolescencia, entre la adolescencia y la adultez, entre la adultez y otra “cosa”. De esta manera son todo eso, y al mismo tiempo, nada de eso. Y esa otra “cosa” marca un fenómenos etário singular e inédito, que entiendo aún no está suficientemente descrito en el campo de las ciencias sociales, psicológicas o psicoanalíticas. Quizás una nueva forma de transcurrir adolescencia donde la supervivencia implica ser un poco niño, un poco joven, un poco de todo.
Con esto quiero decir que estos jóvenes parecen vivir de otra manera, en líneas de fuga permanentes, sacudidos por interminables sesiones de dolor, rabia y vacío. Insertos en bruscas búsquedas de compañía, tanto como repentinas ráfagas de soledad. Viven según parece, solos y al mismo, tiempo anhelantes de esos momentos breves y fugaces de encuentro. El otro se transforma así en una “compañía” y parece que no puede ser sino eso. La pareja, como la amistad, parecen destinados al fracaso.
Desde este rompecabezas vincular aparece la reiterada pregunta del: “¿me amas?” de Tania a Manuel tanto como de Manuel a Tania y uno adivina ahí una desesperada necesidad de una certeza que “desanude” de alguna manera ese mundo de incertezas vertigionosas y sobresaltantes. Porque la otra certeza que queda, de la que Manuel a veces –no siempre- trata de escapar, es la certeza de la violencia y el suicidio. Es lo que le sucede a Gregorio, vencido por una vivencia que lo persigue y lo aniquila dentro de un discurso que ahí sí ya no encuentra ni siquiera la palabra “amor”. Esa palabra síntesis que parece salvar, sustituir, remedar la falta de todas las otras palabras.
Pocas cosas quedan aparecen explicadas. El amor tampoco lo es, colocado ahora dentro de una búsqueda sin objetivos. Y si bien Manuel y Gregorio buscan algo, intentan comprender, preguntan, los personajes femeninos se resisten a toda abertura a no ser aquella que implique lo sexual. Estas jóvenes son tanto maternales como abandónicas, transmitiendo desconciertos o extrañas sabidurías en sus elecciones y rechazos. Pero siempre manteniendo una lejanía o una proximidad que es enigmática.
El discurso del amor ya no es aquel de los apasionantes diálogos shakesperianos de Romeo y Julieta, escritos bajo el éxtasis romántico de lo deslumbrante. Por el contrario, el discurso amoroso aparece transido por sospechas, reproches, odios mal expresados. Es un discurso que nunca se puede consumar totalmente como amor. El clímax de la sospecha y lo atormentante se completa con un Mario hiriendo a un lobo, que es también el símbolo de ese mundo interior de Tania que se ha vuelto hermético y al cual –inútilmente- trata de quebrar. El amor ya no redime ni permite la trascendencia.
Entre encuentros que son desencuentros, entre amores que son desamores, entre diálogos que son monólogos, uno advierte una agobiante sensación de soledad que los personajes mismos no parecen advertir. Pero que los hace sufrir dentro de sufrimientos inconfesables. La relación sexual aparece como un encuentro de pieles que se transforma rápidamente en situaciones de desvalimiento y desamparo. Una sexualidad casi antierótica donde la sangre (la de Tania, la de Miguel, la de Gregorio) es un testigo mudo que se expone como unión y testimonio (Tania al cortar la sábana con su sangre virginal) o se conjura como separación y desgarro (Miguel al intentar arrancarse el tatuaje que lo “hermana” con Gregorio).
El mundo de lo clandestino substituye al de la comunicación y la familia ciertamente aparece como excluida, ajena a la vida de estos jóvenes. El ejemplo quizás más terrible es el de la madre de Tania, convertida en una voz quejosa y anónima que reclama ayuda por su hija. Nada “conmueve” o vence totalmente la clandestinidad de estos jóvenes de clase media, desconcertados no tanto – o no sólo- por el propio sentimiento de desconcierto sino además por la falta de cualquier futuro en el que se pueda investir psíquicamente (de confianza en los adultos, de proyecto vocacional, de pareja). Cuando Manuel le pregunta a Gregorio sobre su futuro, éste responde con una expresión que no deja dudas acerca de la inexistencia del mismo.
Estos jóvenes todo lo esconden y poco dicen, a no ser a partir de sus conductas impulsivas e imprevistas. Así Gregorio intenta asesinar (¿o asustar?) a un desprevenido transeúnte, se amputa dedos de sus pies y luego comete suicidio, así Tania desaparece y se fuga, así Manuel asesina al lobo espectador de sus desventuras. Así Margarita intenta hacer el amor con Manuel o Rebeca recibe a Manuel a la salida de su novio “oficial”.
Los adultos aparecen como ajenos u hostiles. La actitud del oficial de policía que arremete agresivamente contra Manuel es por cierto, inversamente opuesta a aquélla continentadora que recibía James Dean de otro oficial, pero 60 años atrás, en “Rebelde sin Causa”. La película tiene también –hasta donde puedo advertir-otra “guiñada” cinematográfica en relación “À bout de souffle” de Goddard, donde la protagonista (Seberg) también traiciona a su amado para librarse de él (que en realidad remite al episodio bíblico de Dalila entregando a los filisteos a Sansón). Pero mientras que en aquél filme la traición termina en el fin irremediable del ladrón (Belmondo) que muere decepcionado de su amada, en este caso el filme se cierra con una pregunta que no se puede contestar, con una mirada que no se puede concretar, con los ojos bien abiertos de ambos personajes dentro de un clima de incerteza donde todo puede ocurrir.
O peor: un mundo (¿sólo de los jóvenes?) donde parece que morir es lo mismo que vivir, acompañar es lo mismo que abandonar, donde amar se transforma en un vértigo desde el cual el sufrimiento se vuelve aún más superlativo. No es sólo un mundo de “desencantos” como alguna vez se describió al clima cultural de la posmodernidad. Es otra cosa. Es un mundo ajeno al mundo, donde sin duda hay desencanto, pero también locas pasiones, arrebatos súbitos y climas de odio y muerte que penden como una “Espada de Damocles” sobre tristes y dramáticamente desamparadas figuras que están –eso sí- muy lejos de cualquier caracterización de la adolescencia como una etapa feliz, dionisíaca o envidiable.
Estos jóvenes no son seres éticos ni estéticos, lejos de cualquier padrón o imaginario adolescente propio de la modernidad o de la posmodernidad. No aparecen como puros ni impuros, ni simpáticos ni detestables, ni buenos ni malvados. Probablemente sería inútil preguntarles “qué son”… Creo que no podrían responder. Están demasiado ocupados en huir, esconderse o quedar paralizados. Y esa única pregunta que pueden hacer, la referida al amor, tal como reitera insistentemente Manuel a Tania en la parte final del filme queda ciertamente sin respuesta. O tal vez la respuesta sea sólo ese silencio que sobrevuela en el aire, tan esperanzador como angustiante.-